El profeta y la profetisa en una sociedad líquida
Cuando nos referimos a los profetas y profetisas hablamos de personas que por lo general tienen luz, claridad y una visión que no tienen los demás. El pueblo de Dios es llamado a cumplir su rol profético, sacerdotal y ser una nación santa. Ellos y ellas suelen leer y descifrar el presente basado en el pasado y mirando al futuro. Tienen el sentido de la historia y están abiertos al futuro a través de la mediación de la palabra de Dios Son personas libres pero no rebeldes. Pueden expresarse de acuerdo a la amplitud que los llevó el Señor, Jn 10:9. Se mueven y están guiados por la entera libertad y el amor. También son personas que pueden escandalizar. Esto sucede cuando se trata de desenmascarar la hipocresía, de poner en crisis el desorden constituido, de levantar la voz en nombre de la justicia, del amor y de la paz. Son capaces de gritar contra el escándalo a la "gente de buena conciencia". El evangelio es también una fuerza de crítica. Las palabras de Miqueas los identifican "En cambio, a mí, el espíritu del Señor me llena de fuerza, justicia y valor, para echarle en cara a Israel su rebeldía y su pecado". "La vocación del cristiano no consiste en ser guardián del orden constituido. No hay que confundir la justicia con la legalidad". La palabra de Dios pone en crisis todas las estructuras, todas las leyes y todas las experiencias. "Los cristianos, no estamos llamados para "custodiar" el orden constituido, sino que estamos llamados a inspirarlo y darle vida, a ser levadura". La justicia se convierte en la crisis continua de la legalidad. "La justicia empuja hacia adelante, no conserva: fermenta, no aprisiona" Los profetas y profetisas saben reducir sus intervenciones a lo esencial porque maduran en el silencio y en la contemplación para escuchar a Dios en lo que quiere. Se concentran en Dios y se ponen al corriente de los proyectos de Dios. Saben señalar la dirección exacta y proporcionan un poco de luz. Todos estamos llamados a ser profetas y profetisas, sacudir las modorras que le impiden a la Iglesia caminar a remolque. Esto trae desconfianzas, hostilidades, incomprensiones. Cuando uno gana solamente sufrimientos, cuando a uno le toca pagar personalmente, "el camino es bueno". ¿Cómo es tu camino? Mt 23:37-38: »¡Oh Jerusalén, Jerusalén, la ciudad que mata a los profetas y apedrea a los mensajeros de Dios! Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina protege a sus pollitos debajo de sus alas, pero no me dejaste. Y ahora, mira, tu casa está abandonada y desolada"
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